La herramienta no hace al ojo, pero ayuda
Mi lente de plástico favorita y por qué me ha devuelto las ganas de disparar
Hace tiempo que la fotografía me pedía volver a lo esencial. Me cansé del ruido, de los ajustes infinitos, de las comparaciones técnicas. Volver a disparar con una lente de plástico sin enfoque automático ha sido como volver a escuchar mi voz interior sin filtros.
La lente pancake que estoy usando ahora —una de esas baratísimas, de enfoque fijo y construcción simple— no tiene nada especial. O eso parece. Porque cuando la montas en la cámara, todo cambia. No puedes hacer zoom. No puedes ajustar la apertura. No puedes corregir el mundo. Solo puedes mirar y confiar.
Y eso es liberador.
Me obliga a moverme, a acercarme, a respirar con el sujeto. A esperar el instante.
A cagarla y volver. A reencontrarme con lo que de verdad me enamoró de hacer fotos: la mirada viva, no la técnica muerta.
Este mes estoy usando esta lente para todo. Fotos casuales, autorretratos, planos poéticos. Y cada vez que reviso las imágenes, tienen ese punto de imperfección analógica que tanto busco.
(Asegúrate de escoger la que se adapte a la montura de tu cámara)
Y eso es liberador.
Me obliga a moverme, a acercarme, a respirar con el sujeto. A esperar el instante.
A cagarla y volver. A reencontrarme con lo que de verdad me enamoró de hacer fotos: la mirada viva, no la técnica muerta.
Este mes estoy usando esta lente para todo. Fotos casuales, autorretratos, planos poéticos. Y cada vez que reviso las imágenes, tienen ese punto de imperfección analógica que tanto busco.