La belleza está en lo que no miras
Aprender a ver lo extraordinario en lo común.
A veces pienso que la cámara no sirve para capturar lo que vemos, sino para recordarnos todo lo que dejamos de mirar.
Nos acostumbramos al milagro: a la luz que cambia cada minuto, a los objetos que nos acompañan sin hacer ruido, a los gestos pequeños que sostienen la vida.
La belleza cotidiana es la más silenciosa.
No pide atención, pero espera ser vista.
Y cuando empiezas a entrenar el ojo para encontrarla, todo se vuelve más nítido.
Más real.
El ojo como músculo
No hace falta viajar ni buscar escenarios perfectos.
La belleza está en el vaso de agua medio lleno, en la sombra que deja la persiana sobre una mesa, en el vapor que sube del café cuando amanece.
Todo puede ser una foto, si estás dispuesta a detenerte.
Fotografiar lo cotidiano no es aburrido.
Es un acto de presencia.
Un recordatorio de que el arte también se esconde en lo doméstico, en lo que sucede mientras la vida pasa sin avisar.
Crear desde lo simple
Cuando te das permiso para mirar así,
la cámara se convierte en una lupa del alma.
Empiezas a entender que cada cosa tiene su ritmo, su textura, su forma de ser observada. Y que la creatividad no viene de lo que buscas, sino de lo que permites que te encuentre.
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Lo cotidiano no es lo opuesto a lo mágico.
Es su escondite. Y la cámara —cuando la usas con alma— es la llave que lo abre.
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